POETA Y ESCRITORA
Mis palabras presas
El vestigio de cada capítulo de mi pasado, desde el principio de mis tiempos, lleva la forma de un verso. A veces, cuando no quiere ser poesía, la estrofa se viste de párrafo para ser más mundana. Me gustan los dos mundos, no se entendería quién soy sin mi razón impetuosa y mi inocencia cabal: esa dualidad cautiva que habita en mis papeles.
Pasaje 6. Disfraces (Vosotros, la gravedad y yo)
Hay que ser valiente para querer a alguien valiente. Al final, por mucho que nos quejemos, el mundo no está tan mal hecho. Cada cual se junta con lo que se atreve, ni siquiera me arriesgo a decir con lo que ama. Aquí cabe destacar que el hecho de ser una persona normal no vende —cuando, en realidad, debería estar considerado un artículo de lujo. Ser normal no es un buen reclamo (en la conquista, no en la convivencia) para que se atrevan con alguien o para que le amen, por lo que algunos deciden poner un cebo recubierto de palabrería, actitud, incluso vestimenta, alardeando de ser lo que no se es. Yo trato de buscar a un igual. Los polos opuestos raramente permanecen juntos en el tiempo, a menos que esas dos personas distintas entre sí sean… ¡normales! En mi intento de acercarme, atreverme o amar a alguien de mi misma cuerda, me he topado con auténticos impostores a los que desterraría al mundo del que dicen venir, mi mundo, a ver si aprenden que esto de ser poeta no es fácil. Bastante tenemos con ser unos neuróticos como para que vengan estos carachorras a robarnos lo poco bueno que nos queda.
Disfraces
Entonces yo digo
si tanto te gusta distinguirte
si pocas cosas te atrapan de este mundo
lo tengo fácil.
Saco mi artillería de papeles
mis mundos de cosas que atrapan
mi soledad consentida
que es hermosa
y mi amor compartido
que es sano y doloroso
como precisas.
Lo tengo fácil
para llevarme tus pensamientos
e irrumpir en ellos a cualquier hora.
Pero no venías.
Yo, con el disfraz de poeta
esperando y llegabas tarde
o no llegabas
simplemente.
Deduje tú sólo querías
una princesa rancia
de esas que esperan ser salvadas.
No te enteras de nada.
Me quito el disfraz
y sigo disfrazada.
Es decir,
no hay retales baratos de colores.
Soy así de veras.
Y no te enteras.
A mí más me tienes que salvar
pues los de mi piel
estamos en peligro constante.
Pero eso no te gusta
pues es un reto sin excusas
tangible e inminente
y tú eres de retirada apresurada
de los de disfraz de valiente
y faz amilanada.
Pasaje 11. Municiones (Vosotros, la gravedad y yo)
Una cosa es quererse y otra, jugar en la liga equivocada. Digo esto porque cada cual debe saber el lugar en el que está pues, de lo contrario, se va a llevar más chascos de los necesarios (y los necesarios ya son unos cuantos). Acumular años a nuestras espaldas es un privilegio, ya que significa que, tras muchos obstáculos y gozos, seguimos viviendo. Ser joven no tiene ningún mérito: se es y punto. Llegar a viejo ya es un hito y, envejecer con dignidad a lo largo del proceso, todo un desafío. No está de más cuidarse un poco para no convertirnos en aperitivo para tigres a edad temprana, pero siempre sabiendo, repito, en qué liga se juega. Uno de cuarenta no puede competir con uno de veinte, no solo por el aspecto físico, sino por la bendita frescura insultante que otorga la inocencia. Ojo, tampoco uno de veinte puede competir con uno de cuarenta en madurez, vivencias y experiencia. Habrá quien opine que puede haber gente muy madura a los veinte. Sí, y también hay buenorros a los cuarenta, pero no es lo habitual.
Lo más sensato es encontrar nuestra tribu y establecernos en ella. Nuestra tribu piensa parecido a nosotros, siente parecido a nosotros, perdona parecido a nosotros, y abarca una horquilla de edad relativa, según lo que se quiera compartir en ella. Si se trata de algo sentimental, la tribu se divide en ligas. El amor no tiene edad… cierto. Pero me creeré más esa frase cuando a uno de cincuenta le pueda gustar tanto uno de veinte como uno de sesenta. Si solo le gustan los veinteañeros, sospechad. Es que soy muy jovial y los de mi edad me aburren. ¿Los de tu edad te parecen viejos? Con gran probabilidad, a uno de veinte tú también le parezcas viejo, aunque vistas como un futbolista cuando sale de fiesta, o como una bloggera trending topic.
Con todo esto no insinúo que no crea en las parejas con gran diferencia de edad; conozco unas cuantas que funcionan, de hecho. Pero en todas ellas he realizado la prueba, es decir, he comprobado el historial del mayor de los dos y, efectivamente, abarca a personas de distintas edades. Porque aquí estoy criticando a quienes no admiten que tenemos una fecha de caducidad, a quienes no asimilan que el tiempo pasa, y que estar con alguien mucho más joven simplemente por sentirse más vivo es una gran equivocación. De hecho, la vitalidad es una actitud, va en el carácter. Cuántos habrá que en su día se acercaron a alguien mucho más joven solo para burlar el tiempo (error: al tiempo no hay quien lo engañe) y se vieron frustrados por no entender las conversaciones generacionales de su compañero, que encima gastaba un carácter de lo más hosco porque era un viejuno prematuro, además de un agonías.
No todos los jóvenes son alegres; no todos los jóvenes hacen planes increíbles; no todos los jóvenes tienen amigos; no todos los jóvenes son felices; no todos los jóvenes se sienten jóvenes. No olvidéis esto: los jóvenes de los anuncios son actores que siguen un guion, ni siquiera se conocen entre sí y no saben hacer surf; solo les han puesto una tabla bajo el brazo. Entendamos, por favor, que el tiempo pasa y que no es grave envejecer. Y tampoco lo es hacerlo sin compañía sentimental. Yo misma, durante unos años, guardé más de una bala en la recámara, pues culturalmente nos han preparado para vivir en pareja, y eso de la soledad es de extravagantes. ¿Fulanito no tiene pareja desde hace diez años? Madre mía, algo falla ahí, será un raro. No sé vosotros, pero yo conozco a unos cuantos raritos que están casados y hasta tienen hijos… Sí, aunque reconozco que esto lo afirmo ahora con perspectiva. Cuando me hallaba sumida en los treinta y tantos, etapa en la que esperé mucho y, sentimentalmente, obtuve bien poco, llegué a dudar y a martirizarme con la idea de que tenía un problema, al no terminar de encajar con nadie.
Ahora puedo ratificar que el único problema que tuve fue la honradez de querer estar con una persona por el amor en sí mismo. Al no encontrarlo, me forcé a querer, extravié mi esencia y, por fortuna, reaccioné a tiempo. La encontré acurrucada, prendida en la espesura de los ramajes de mi exhausto corazón. Entonces la tomé entre mis manos, la besé y la metí en mi bolsillo. Luego, destruí poemas como el que sigue. Y ya nunca más almacené provisiones.
Municiones
Tú, el que siempre estás
pero no estás nunca.
Yo no me quejo
pues me guío igual que tú
tomando esa esperanza
de que igual estaremos
pero, uf, menos mal,
no estamos.
Qué manera tan rara de quererte
de querernos
de convencernos de que somos viejos
de que todo está por debajo
de que todo está dicho
de que todo está tocado y amado
de que ya no podemos
aprender más
el uno del otro.
Y sabemos a la vez
que aún hay
una mutua eternidad.
Somos una bala en la recámara
de las que se oxidan y se pierden
con el tiempo.
Un sacrificio alevoso
de nuestras municiones
para tener la conciencia tranquila
y no sentirnos oscuros
al llorar
en la ausencia del color
de las pupilas.
Pasaje 23. Carreras de caballos (Vosotros, la gravedad y yo)
Cuando escribí este poema di un paso en falso y dejé inhábiles, por un momento, ciertas brillantes conclusiones que había conseguido mediante la autocrítica e introspección (puedo decir brillantes conclusiones porque en otros pasajes del libro reconozco algunos de mis errores y debilidades. ¿Veis cómo funciona el equilibrio de la humildad y el amor propio?).
No os alarméis, es normal. A veces se recula un poco y se retrocede. No hay que desanimarse, en los procesos de personas normales es común volver a cometer algún error. No pasa nada si sois conscientes de que lo estáis consumando. Nadie es fuerte al cien por cien, y si se es, es porque no hay alternativa, porque nos han tocado esas cartas. Por favor, que nos cuenten las historias bien para no acomplejarnos.
Las narraciones de superación solo reflejan un periodo de bajón, más largo o más corto, y siempre es una fase en bloque. A partir de ahí, el personaje siente una iluminación y no vuelve a cagarla más. Ha estado triste unos minutillos, unos días, o unos meses, años… pero se acabó, se pone la armadura y comienza a luchar, a escalar, ya no tiene miedo y ha aprendido de todos los errores. Cuidado, no sé si es por acortar el metraje y tener un guion más digerible, de tratarse de una peli; si es por resumir el texto, de tratarse de un libro (dependiendo del día cuesta escribir), o porque la historia se vende mejor, pero esto es una nauseabunda mentira ponzoñosa.
Si tras haber aprendido la lección superáis a la primera el dolor, si no reculáis, si no volvéis a caer, si no hacéis duelo, si no tenéis depresión, ansiedad, miedo, tristeza, inseguridad en algún momento de este proceso llamado vida… Hacéoslo mirar, ¡igual sois unos psicópatas! Yo desde luego no lo soy —seré otras cosas, quién sabe si peores— pero en cuestión de sentir, no ando nada mal. Prueba de ello fue el proceso relacionado con el protagonista de este poema, que se incrustó en mi corazón como ningún otro y mi trabajo me costó desembarazarme de él. Avanzaba y retrocedía; volvía a su recuerdo, normalmente tras el fracaso de algún intento amoroso. Pensaba que era el único que me comprendía. Error. Si no nos comprende ni nuestra madre, y a veces ni tan siquiera nosotros mismos, es muy osado esperar que lo haga alguien que, cuando tuvo oportunidad de elegirnos a nosotros apostó por otra persona. Este tipo de trenes hay que quemarlos sin cargo de conciencia. Son venenos incoloros, inodoros e insípidos. Ojito con ellos.
Carreras de caballos
Rondas entre mis sábanas
cuando apuesto a los caballos
y ese día no hay carreras
y yo, tras la barrera,
quiero verlos galopar.
Sé que si blandas manos
de idearios, poemarios, diarios,
han de tocarme
a través de mis aspas recias
mereces tú tan solo tú
el paso de mi exigencia.
Has sentido mi muerte
y mis días más luminosos.
Entiendes oneroso
mis palabras dichas
y las que me guardo,
que son más que las que digo.
A veces te olvido
cuando hay caballos y carreras
y no tengo miedo a poner mis billetes
sobre el ganador
que nunca gana.
Porque siempre todos perdemos.
Y cuando pierdo mil apuestas
y no hay caballos ni carreras
rondas entre mis sábanas
porque sólo tú sabes mi esencia.
Disfruta
de una poesía diferente
Amores, desamores (es casi lo mismo, ¿no?), reflexiones sobre la naturaleza humana desde la perspectiva de los treinta y tantos (o más)… y una mujer en medio de todo esto haciendo alarde de su dualidad.
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